Hay un millón de momentos perfectos en nuestra vida.
No se trata de largos periodos de tiempo (o si). Hay momentos perfectos que duran menos de un minuto, otros que apenas duran un segundo, pero es el segundo más jodidamente perfecto del mundo. Y es que vale más esa rápida perfección que el imperfecto aburrimiento de un día entero.
Un momento perfecto se reconoce por la comisura de los labios, (lo pequeña que es esa parte de nosotros y lo mucho que dice) se curva muy ligeramente para arriba, casi imperceptible para los que no sueñan, pero tan evidente para los soñadores, esa es la prueba de un momento perfecto.
De ese pinchazo en alguna parte interior que hace que sueltes todo el aire de golpe y suspires fuerte porque la intensidad del segundo te ahoga.
Hay tanta variedad como momentos y personas. Las tres primeras notas de tu canción favorita, una sonrisa de buena mañana, un café en el momento adecuado o un beso en la frente cuando estás perdido. Y no solo hablamos de cosas que aparecen en letras de canciones para enamorar a tontos (que digo yo que si hablan sobre eso, POR ALGO SERÁ SEÑORES, POR ALGO SERÁ!) también sirve un lápiz, una revista, una mirada, un cuchillo, un abrazo, un globo o la entrada de la película que cambio tu vida... aquí cada uno siente su momento perfecto con lo que le da la gana (pa' pocas cosas que nos quedan libres en la vida, ésta es una de ellas).
La clave en todo eso es LA CARPETA. La carpeta es eso, una carpeta (ahora os pensabais que iba a escribir algo súper heavyfuertemagico y no, que soy bohemia pero no tanto) a lo que íbamos...
La carpeta es una carpeta de color negro, tiene unas gomas para cerrarla bien y que nada se pierda y por encima una etiqueta blanca (de esas de las que poníamos en los libros del colegio) donde está escrito con letra extremadamente bonita y con pluma: PERFECCIÓN. Esa carpeta la tengo en la cabeza, al lado de mis metas, los sueños raros que tengo por las noches, la lista de la compra, los cumpleaños, mi numero de dni y el de mi tarjeta bancaria. Está justo encima del bloc de post-its amarillos que uso para cosas importantes y justo por debajo de las cosas que visualizo cuando me meto en la cama (que están cerradas con llave dentro de una cajita de madera, para que no se me olvide ninguna).
En la carpeta hay fotos, de todos mis momentos perfectos (por eso tiene las gomas, porque sino reventaría y se me escaparían). Cada vez que tengo uno le hago una foto (mental obvio, no voy como una psico con la cámara de fotos) y la guardo con cuidado. No es un decir, es la verdad, el primer momento guardado es el día de mis 6 años despertarme por la mañana y ver en la terraza un patinete de color azul (patinetes de los de antes, los que molaban, no esas modernidades de ahora), hacía sol y después de desayunar estuve toda la mañana dando por culo con el patinete, con mi hermana (que el suyo era rojo) y aún veo los geranios a un lado de la terraza, esquivándolos cada vez que pasaba al lado para no pillar una torta de mi madre por destrozarle las flores.
De esos, mil más, que recuerdo con todo lujo de detalles. No es memoria, ni capacidad, es La carpeta, que para eso está.
Así que revivir con total precisión un momento perfecto es tan fácil como hacerte una (hasta podéis elegir el color, que lujazo!) Soy buena y os confío el secreto, que últimamente tengo la mía a reventar y ya mismo me creo un clasificador para que nada se escape.
Cuando la perfección y una carpeta se dan la mano, tienes la clave de autoprovocarte felicidad máxima cuando, donde y como tú quieras.
Y si no sabéis con qué foto empezar la carpeta, os mando un abrazo de los que ahogan, que seguro que vuestras comisuras lo notan y ya tenéis un fotón de la parra.
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